sábado, 22 de octubre de 2011

Noche de pasión.

Qué sensación tan agradable la que sentíamos al besarnos, acariciarnos, abrazarnos, al amarnos apasionadamente en esas noches en las que conseguíamos estar a solas.
Qué sensación la de tu dedo, recorriendo de manera casi imperceptible mi cuello, pecho y espalda; la sensación de sentir tu calida piel al acariciarme suavemente el rostro, el rozar de tus labios en la base de mi cuello, el posar de tu mano suave en mi espalda.
Qué placer el que sentías al notar mis labios cuando dulce y lentamente descendían besándote desde la comisura de tus labios, pasando por tu liso cuello, tus tersos senos, tu suave vientre… el escalofrío que tuviste al sentir mi respiración sobre tu ombligo, antes de continuar descendiendo de manera pausada hacia tus suaves muslos, besándolos con dulzura, rozándolos con mis labios antes de ascender hacia ti, hacia tu intimidad, ese lugar que tan confiadamente me cedes.
Al finalizar las caricias y los besos, nos abrazamos para que nuestros corazones retumben a la vez, tocando esa melodía que tanto nos gusta, mientras nuestra respiración se descompasa por los gemidos y espasmos de placer al sentir cómo nuestros cuerpos se funden como si fueran uno solo, uniéndose durante unos largos momentos en los que la confianza, esa increíblemente bella intimidad que tenemos, nos rodea como un halo cargado de emociones.

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